20.11.07

woman is in the elusiveness of herself

notas dispersas para un ensayo sobre la mujer


La mujer, puerto inabordable.

Las revistas, la tv, el porno, exploran y venden el cuerpo de la mujer (un cuerpo trastornado por una estética objetal; un cuerpo malversado por un proyecto de divinización neo-nazi), pero en esa pornografía de las superficies (saturación de exterioridades) la pierden, la extravían.

(…)

Porque abordan a la mujer como contorno, como se ven los márgenes de un país en los mapas satelitales. Por eso captan algo remoto y errático. - Pero no se trata de una lejanía que induce a soñar: al contrario, se trata de una cercanía obscena, que suspende toda reflexión en su entrega excesiva: con el zoom fatal hacen de cualquier cosa una sola cosa, exacta a sí misma, imposiblemente otra: destierran no solo la sombra, sino que fuerzan al objeto a agotarse en su imagen total y minusválida:
real -

Porque buscan a la mujer allí dónde no está: en sus fronteras.
(…)
Y, además: la deformación que la mirada provoca en el objeto: monstruosidad del cuerpo de la mujer, monstruosidad de su feminidad incluso para sí misma, a partir de la potencia de millares de miradas escrutando sus facciones, que a fuerza de insistir delinean el molde al que habrá de adaptarse par ser mujer.
(...)

Detrás de su desnudez, se pierde el rostro y la identidad de la mujer. Detrás de las apenas diversas fotografías que reproducen su desnudez al mundo, se pierde su propio cuerpo, multiplicado en su propia ausencia (como la fotografía misma, multiplicada pero sin original), rehén de una estética
más bella que lo bello, es decir, inhumana: ver el cuerpo de las modelos, adoctrinado para perder su humanidad – como un renegar patético de la propia naturaleza – y transformado, mediante dietas y photoshops, en un objeto irreal que esclaviza, de diferentes modos, a la sociedad en sí: al hombre, porque se vuelve su deseo (o su fracaso), a las mujeres, porque se vuelve su meta (su falso espejo). Como ambas cosas son imposibles, ambos diluyen su respectiva ansia en formas de angustia.
(…)

Mantienen la ilusión del iluminismo: cubrir las superficies del mundo con la luz de la razón, de la comprensión, de la visibilidad, y en ese desvelamiento, dominarlo.
Pierden.
Traspapelan un mundo del que su exterioridad es apenas una fase.
(…)

(No digo con esto que haya, necesariamente, lado de adentro. No interesa que efectivamente exista algo más allá de lo visible: importa que en la finitud de lo visible, de lo conmesurable, yace la potencia de su interioridad, no como promesa, sino como desfasaje entre sujeto y objeto – sujeto que mira un objeto es ya algo más (y algo menos) que el objeto: nunca el objeto, siempre elusivo -.)
(…)

Así como vino el expresionismo a delatar una verdad que se jugaba detrás de los velos del mundo visible (insisto, aun cuando ese mundo no exista: no importa), justo así necesitamos un expresionismo de la mujer, para leer allí la manera en que su propia elusión nos seduce, nos abre, nos retiene, nos captura.

Y como, con ella, todo lo que nos tienta, es fugaz y fugitivo; y todo lo real – lo logrado – es un territorio estéril, vano, donde sólo pueden crecer anécdotas que no vale la pena contar.

14.11.07

love story *47


los muertos disimulan

I
Te miré, vos me miraste. No dije nada. ¿Qué iba a decir? Vos sí dijiste algo, no me acuerdo qué. Tal vez era muy importante. Todavía no llorabas.

II
Había que descuartizar un cuerpo, dividir las partes, hacerlo desaparecer y repartirnos lo que todavía pudiese servir para algo. Teníamos toda la noche. Pero yo estaba impaciente, me quería ir. ¿Era necesario todo esto?¿había que acometer semejante ceremonia?¿teníamos que hundirnos tanto en la mugre - en las cenizas -? Yo tenía una camisa nueva. No quería que se me salpicara de sangre. No me gusta lavar la ropa. Si algo se ensucia, lo doy por perdido. Y esta camisa me gustaba (tal vez porque era nueva). Sea como fuese, no quería perderla.

III
Me acerqué a la puerta. Me clavaste los ojos, y pusiste una mueca. Ibas a llorar. Ya lo sé, te conozco demasiado. Esa es la mueca que ponés antes de llorar. Ibas a llorar y a tirarme encima cada lágrima. Yo tendría que comparecer ante el ritual del llanto, consolarte de mí. Me hice el tonto y me agaché. Me desaté un cordón del zapato, y me lo volví a atar. Para cuando me paré ya te habías compuesto. Me pasaste un hacha. Vos sacasate un cuchillo de la cartera. Me acuerdo de que me pregunté: ¿por qué está todo manchado de sangre? Pensaba que era tu primera vez, te dije. Ni siquiera me miraste.

IV
Yo le sostenía las piernas, vos serruchabas. Salvo los huesos que astillaban, silencio. Te miré, ahí agachada, toda cubierta de sangre, tan concentrada en despedazar un muerto. Estabas tan sexy. De repente, me dijiste: vas a escribir todo esto. En algún momento vas a escribir estas cosas. Toda tu literatura es morbo y necrofilia. Traté de recordar esas palabras que dijiste. Me pareció que en algún punto harían un buen cuento. Pero en el momento no las pude anotar - sentí que sería una descortesía - y ahora creo que las perdí, y entonces tengo que sustituirlas con ficciones. Está bien. Después de todo, todo es así.

V
Mientras trabajábamos entraron a la habitación – de a uno – el lechero, el portero, dos vecinos, el gato, dos amigos tuyos, Gabriela, mi primo, tu madre, el delivery de empanadas, etc.

Yo pensé: vamos a tener que matarlos a todos; no puede quedar rastro. Y mirando esas cosas que pensaba, dije: esto va a ser un enchastre.
Sí, me dijiste. Va a ser una hoguera lenta.
Tenemos toda la noche.
///
dibujo: boceto de Edvard Munch; Cavadores

7.11.07

trompe-l`oeil



silla de Vincent en Arles, 1888



Vincent Van Gogh ardía. Su temperamento, poco proclive a lidiar con la realidad sino melancólica o tortuosamente, agudizaba sus atributos menos concilables con la vigilia. Entraba y salía de hospicios. La apariencia de sus recuperaciones se concluía en un declive cada vez más profundo. Le quedaba poco más de un año de vida. El sentía que se recuperaba, y escribía a su hermano serenamente (tal vez sólo ansiaba tranquilizarlo). Escribió el 9 de junio de 1889: “Ahora el temor a la vida es menor y la melancolía menos acentuada. Pero no tengo voluntad. Fui y sido siendo terriblemente melancólico” . “Siento deseos de trabajar. La enfermedad tal vez haya sido útil en el sentido de que ahora pinto mejor que antes” , y diez días más tarde, dice: “Me va muy bien y el trabajo me ocupa y me distrae”. Durante su internación en Saint Remy, Vincent sufre nuevas recaídas. Escribe en julio de 1889: “Me va muy bien. Te puedes imaginar que después de medio año de un extremo cuidado en la comida, en la bebida y en el tabaco, debo encontrarme mucho más tranquilo”. Escribe en agosto de 1889: “Debes saber que me resulta muy difícil escribir, pues estoy totalmente confundido”.

silla de Debret Viana, buenos aires, 2007.

5.11.07

farsa

No puede escribir. No le sale. Se sienta frente a la página, se fuerza ante la blancura del principio. Y nada. Como es un escritor siente el imperativo de la escritura. Sabe, cuando camina por la calle, que los demás lo miran, y que esa mirada despectiva parte de un solo hecho: elloa saben que él no ha escrito. Saben que lleva mucho sin escribir. Que esta a la deriva. ¿Que hace entonces? Va hacia atrás, a los cajones de escritura antigua, cuando no se daba cuenta de que estaba escribiendo y entonces podía escribir. Y busca un texto que escribió en uno de esos momentos en que no podía escribir. Lo agarra, lo corta y lo pega aquí. Farsa.

Mi melancolía; mi monotonía: mi lobotomía

No estoy escribiendo. Todo – estas palabras – suceden en la no-escritura. Me dirán: el viejo truco de escribir que no se puede escribir, y entonces ya haber escrito. No; si pudiera escribir, escribiría otra cosa. Porque no puedo escribir escribo esto. Si pudiera escribir escribiría ficciones. Detrás de ellas puedo ocultarme. Las ficciones exhalan fragancias preciosas que embriagan mi alma y me distraen de la urgencia de mi melancolía. En cambio estos fragmentos torpes, esta prosa reseca revelan, exhiben, prostituyen piezas sueltas de mis devaneos. No; esto no es escribir. Es mover la pluma por la hoja mientras ansío que algo me interrumpa. Los garabatos que surgen son siempre iguales. Lo que hago es expandir la escenografía de mi fracaso. Vivo, mientras tanto, mi vida como quien recién ha llegado a un país extraño. Me ocupo de ver cómo se mueven las luces por las cosas. Sí: tareas de encarcelado (después de todo nunca supe salir de mí; aunque, precisamente porque me conozco, bastante seguido me veo y me desconozco: pero no es lo mismo, no es que haya salido: es ser yo - todavía yo - y que mi pasado sea alguien, algún otro).

Si, en cambio, pudiese escribir, sería distinto. Mis cadenas no se modificarían, pero la literatura es el único narcótico que me priva de tener que sentir mi cuerpo, mi hastío y la manera
en que las horas intensifican las muecas grotescas que mi alma hizo alguna vez, parodiándose.