11.4.09

cinefilia

extras

I
Cavilo en la sombra frases precisas que después, a vos, te diré mal. Seguiremos, es previsible, desencontrados. 
Tal vez si alguna cosa que pensé de una manera y dije de otra, o algo que iba a decirte y al final no te dije… Pero ese es otro universo. Literario. Y ajeno.

II
A mi me quedan las migajas, los restos metafísicos. Soñar, aun cuando es posible que no todo esté perdido aun, con una dramaturgia de mí mismo. Decidir, en la cuarta noche de la semana en la que te vas a dormir demasiado temprano para mi gusto, que he sido un mal actor para la escena que tramé. Hice mal los gestos, sobreactué los momentos sutiles, fui grosero con el suspense, hice demasiados gestos para un primer plano y olvidé la letra en los momentos más obtusos de la narrativa, justo cuando era necesario un guiño oportuno para no extraviar el sentido. Vos, dentro de tan tan poco, vas a decir que fue todo un problema de casting (después de eso es simple: la producción se detiene unos meses, se convoca nuevos candidatos, se me reemplaza, se retoca un poco el guión y nadie nota la diferencia). No hay ya mucho que pueda hacer. Me sé la letra de memoria, pero eso no me ayuda en nada. No sé ser eso; sólo tengo las palabras. El lado de afuera, pura cáscara. Yo también pienso que pudo ser un problema de casting. No todos somos dignos de un protagónico. También es necesario estar por ahí, llenar el espacio. Soñé demasiado alto para mis cualidades. No supe encallar mi devaneo onírico en la realidad. Mi carne fue pobre; no supe vestir el verbo. Fui un Burton sin Depp, un Fellini sin Marcello, un Truffaut sin Jean-Pierre Léaud, un Chabrol sin la Huppert, un Wong Kar Wai sin Tony Leung, un Woddy Allen sin Woody Allen (Kitano sin Kitano).

III
Eventualmente, ni el abuso de la cosmética me alcanzará para pasar por persona. Devendré en extra de mi propia vida; pasaré por detrás de las cosas que hubieran sido importantes. No me confiaré ni para decir una línea marginal. Haré bulto, seré un artilugio del efecto de realidad. Y será todo. En algún punto, me caeré del escenario, o derrumbado e inmóvil en el suelo seré decorado por un par de actos hasta que los utileros corran a los muertos del medio, y la escena seguirá, implacable. La cámara no me necesita. Es vano preguntarse si han anotado bien mi nombre; no llegaré a ver los créditos. Los créditos son para los demás. Fui como casi todos, pero no me reconocieron. Ha sido fácil, para ellos, dejarse distraer por la ilusión de un destino teatral. Se obnubilaron, hechizados por los leading men, pero no se dieron cuenta de que no eran hombres, sólo tótems vacíos. También fallaron al no percartarse de que uno nunca es aquello que se sienta a contemplar, admirado. 

...
Yo, por mi parte, supe mi lugar. Tímido, vulgar, común. No moví muchas cosas de donde estaban, pero que todos muevan todo no contribuye al sentido de las cosas: en el escenario las cosas han de estar quedas para que un movimiento inteligible sea posible; la confusión habita tan próxima, acecha. Para que un Napoleón tenga sentido, mllones han de educarse en la monotonía y en la insignificancia. Cuántos hemos tenido que no hacer nada, someternos a ser extras o decorado para que se dieran la escena del César y Bruto, del Cristo y Judas, de Modigliani y Jeanne, de Lennon y Chapman. 
He sabido pasar. Fui yo, pero apenas. Levemente, sin ampulosidad, sin grandilocuencia, sin caricatura. Casi nadie, casi todos.  A mi modo, habré colaborado con el verosímil del mundo.

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