sansepolcro
I
En 1944, los alemanes habían tomado Borgo Sansepolcro. No escondo el goce – íntimo y nocturno – de escribir Borgo Sansepolcro, de decirlo para mí varias veces con la lentitud que se le debe a la degustación de las cosas frágiles, evanescentes. No negaré que tal vez emprendo este texto sólo para poder escribir algunas veces más Borgo Sansepolcro.
II
Alemania y la guerra declinan. Un grupo de soldados británicos llega, desde el oeste, a las afueras de Borgo Sansepolcro. Habían recorrido a pie el arduo camino de los Pirineos, por el que hoy, en auto, se tardan 7 incómodas horas. El comandante, Arthur Clarke, recibe la esperada orden de los aliados: bombardear Sansepolcro. Los cañones inician su descarga, pero Arthur Clarke, compungido, exclama el cese de fuego. Recuerda haber leído, hace años, un artículo en un libro publicado hacía más de veinte años. En ese libro, Aldous Huxley relata su fatigoso viaje a Borgo Sansepolcro. El tedio, la incomodidad. Y cómo todo eso se redimió de repente cuando, al entrar a Sansepolcro, vio un cuadro, que describió así: “el mejor cuadro del mundo” (the best picture in the world). Arthur Clarke, que nunca había visto ese cuadro, sintió que había detrás de esas palabras leídas en su juventud algo de sagrado.
III
En el libro donde se anotan los muertos de Borgo Sansepolcro, el 14 de octubre de 1492, el nombre: Piero della Francesca.
Hacía dos días se había descubierto América. El, que había pintado “La Resurrezione”, moría, viejo. Piero della Francesca. Otra vez el placer de la palabra rendida a su pura sonoridad, a su arquitectura aérea que se tensa un instante casi táctil para disiparse entre quietos vahos de mi noche. Mis manos no vuelven al teclado, miro la ventana cerrada frente a mí, digo, unas veces más, para mí, Piero della Francesca. Suspiro.
Hacía dos días se había descubierto América. El, que había pintado “La Resurrezione”, moría, viejo. Piero della Francesca. Otra vez el placer de la palabra rendida a su pura sonoridad, a su arquitectura aérea que se tensa un instante casi táctil para disiparse entre quietos vahos de mi noche. Mis manos no vuelven al teclado, miro la ventana cerrada frente a mí, digo, unas veces más, para mí, Piero della Francesca. Suspiro.
IV
Arthur Clarke está nervioso. Ha desoído la orden; las represalias han de ser severas. Sin embargo, en su atribulación, él saca otras cuentas. Las descargas que llegaron a dispararse son suficientes para destruir “La Resurrezione”. Pero tiene suerte. Los alemanes ya se habían retirado de Borgo Sansepolcro. Y las municiones encallaron en distritos marginales.
V
Atractivo el hecho de que Clarke no había visto la obra (la ignoraba por completo: ni una mísera reproducción). No sabía qué era lo que salvaba. Y aun así bastaron unas palabras de un novelista para haberle sugerido que su misión era, de algún modo, vital. Pudo darse el caso de que las palabras mintiesen, y fuesen bellas solamente ellas. Imagino que hubiese valido la pena de todos modos. Raro destino de esas palabras de Huxley: haber escrito lo que esa obra hizo en él, 20 años más tarde la protegería de la muerte.
VI
No sabemos cuando termina una palabra.
Qué salvan, qué condenan. (Qué palabras dijiste a tu amada ayer, que alguna vez serán la llave de algo terrible, la última noche. Qué cosa le dijeron a ella, allá cuando era niña, para que a poco de haberte visto – y sin mucho argumento – te ame.)
VII
“La resurrezione” está aún en la Pinacoteca del Museo Cívico de Sansepolcro (ah: la oportunidad de escribir una vez más: Sansepolcro: modestos placeres una escritura anclada: Sansepolcro.) Inmóvil ya más de 500 años; más vieja que América: quieta mientras América sucedía. Para poder verla, es preciso firmar en la entrada. Entre los nombres de quienes fueron: Greta Garbo.
VIII
Como Clarke, yo tampoco he visto el cuadro (salvo de lejos, digitalizado: inerte). Sin embargo, sí ví el rostro de Greta Garbo. ¿Acaso alguien puede dudar que ese rostro – bello y hermético; mítico - sintió el influjo escisivo de ese cuadro? ¿Alguien puede decir que el rostro de Greta Garbo – tan peculiar, tan Greta Garbo - no lleva una marca muy suya e indeleble y que esa marca es la de Sansepolcro, su portento y su belleza, antigua y sepulcral?
IX
Hoy, Clarke tiene su calle en Borgo Sansepolcro. Lo quieren en el barrio, es considerado un héroe (murió en 1981; el año en que nací). Y todo, las guerras, estas palabras (the wars, these words), el mítico y perdido rostro de Greta Garbo, la última vez que se descubrió América, Borgo Sansepolcro, Eric Cantoná, los libros de historia del arte, el quattroccento, todo ya es parte de la historia de esa pintura - que cada tanto algún poco transitado canal de cable recordará.
***
Y yo, que me asomé a su encanto fríamente abrasivo una noche lentísima, y alivié mis llagas en el reflejo de sus orillas.
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