31.5.08

noche (before setting, before 3)

y bastó abrir una página cualquiera de ese libro del múltiple poeta portugués. era un ritual nocturno, que lindaba con la religión y con la persistencia malsana de la vigilia. allí, leer:

todos estamos solos. nadie lo sabe. calla y finge.


y después, entonces sí desertar de la noche, arroparme en la cama, despojarme de mis apariencias. dormir sin culpa: otra cumbre ya no se daría.


*

19.5.08

ein traum




a chain of flowers



Me despierto. Hay
una cadena de rosas
al borde de la cama.
Siento la dureza del colchón, como
si fuese madera.
Me voy a levantar
pero apenas
si moví las pestañas
cuando un señor mayor – su piel
es de ceniza –
me dice que me quede
quieto.
-Quieto, por favor. – dice; - no ve
que va a arruinar la ceremonia -.
Le hago caso. Le oigo
balbucear cosas;
creo que se queja

de mí,
le pido perdón. Perdón, le digo.
- Encima que le consiguen
esas flores...- dice, y hace una
mueca. Es de desagrado.
Me acomoda, me maquilla, me
peina, me arregla el cuello
de la camisa. Entran mis padres,
amigos, mujeres lejanas, mascotas
de la infancia, señores serios,
vecinos. Se mueven hoscamente, se
mezclan; ya no distingo a ninguno.
Me miran,
hablan entre ellos. En una lengua
áspera: no entiendo lo que dicen
uno señala las flores, otro toca
con delicadeza los pétalos,
y asiente (¿admirativamente?); sospecho
en otros
un cierto rencor. Son las flores.
Me entierran.
No tengo tiempo de protestar;
La tierra me cierra la boca.
Los oigo alejarse, sus pasos cansinos.
Es casi al unísono que se cierran las tapas
de sus ataúdes.



*

17.5.08

je ne sais quoi

Es de noche, y por supuesto no consigo dormir, aun cuando siento, de tanto en tanto, una cierta pesadez a un costado de la conciencia, que viene como una brisa gélida y es el reflejo de que mañana he de levantarme muy temprano y tendré muchas cosas a través de las que arrastrar mi cuerpo, que tiembla ahora de un cansancio anticipado, que no tengo pero que vislumbro cada vez que siento la hora hostil que marca la infantil insurrección de mi desvelo.

*

Alterno el dolor de muelas con una novela policial de Nicholas Blake, y la novela con la ventana que da a la calle donde en la esquina una gata negra investiga las basuras de los vecinos, o con la tv, de a pantallazos fugaces, una película vieja en un canal retro que sigo poco, pero que me interesa al menos como puerto donde encallar mi vocación por la distracción (me distraigo del dolor de muelas con la novela, de la novela con la ventana, de la ventana con la tv, etc) y vuelvo, para amedrentar los vagos placeres de las ficciones, a un libro de filología rumana – un texto duro - que rastrea las vicisitudes y quehaceres de un tal Vlad Tepes, que las leyendazas populares inmortalizarían en Drácula (que significa demonio en rumano, pero, como ya sabemos, vampiro y demonio son, en muchas culturas, intercambiables). Y en medio de todo eso, en alguno de esos vaivenes y errabundeos sin método, sin disciplina, sin necesidad, doy con un librito de la biblioteca (un diario de un sociólogo) y encuentro, al abrirlo en cualquier parte (gesto melancólico y, a la vez, devoto) un fragmento que envidio. Un fragmento que restituye para mí el relampagueo del fragmento en su fulgor más delicado y embriagador:

Dentro de diez años, seguiré sin saber el color de los ojos de ese rostro. Pero lo veo en la calle, en los sueños, transparentándose en múltiples rostros que de pronto comienzan a parecérsele.

*

Goce del fragmento. De la palabra arbitraria. De aquello que me sugiere algo inaprensible; que cierra una historia y a la vez abre mi ensueño: que no se bifurca, que no sigue sendas que construye, sino que se extasía allí en el vértigo dónde se abren líneas de fuga que no seguiré, pero de las que me llega un no sé qué de sus fragancias efervescentes, diluidas en suave pirotecnia que se ausenta lentamente, como una bella mujer en un bar con la que cruzamos miradas y ahora dejamos ir sin decirle nada, (para poder soñar las cosas cuestan su ausencia).

*

Tal vez duerma un poco, después de todo.


///

4.5.08

die niemands rose


. . .


Supongo que la quería. Quejarme, de todos modos, es una actividad profana.
La vi venir, un día, arrastrada por el viento. A los tumbos, por el camino de tierra. La ayudé a levantarse. Se arregló el pelo como pudo, me sonrió tímidamente mientras se arreglaba un poco la ropa. Se quedó un tiempo, aprendimos a no estar solos. El viento vibraba en el vidrio de las ventanas cerradas; casi no lo notábamos. Una mañana me desperté y ella ya no estaba. Vi, en la tierra del jardín, la marca de sus uñas. Sembré, sobre esa tierra arañada, magnolias bellísimas. Si no crecieron, o crecieron y el viento también las arrasó, no lo sé. Sueño todavía con la belleza de esas flores que no vi. Es una rara nostalgia.


///

1.5.08

nombrar cosas (sansepolcro, piero della francesca, greta garbo): evocación, melancolía

sansepolcro


I
En 1944, los alemanes habían tomado Borgo Sansepolcro. No escondo el goce – íntimo y nocturno – de escribir Borgo Sansepolcro, de decirlo para mí varias veces con la lentitud que se le debe a la degustación de las cosas frágiles, evanescentes. No negaré que tal vez emprendo este texto sólo para poder escribir algunas veces más Borgo Sansepolcro.

II
Alemania y la guerra declinan. Un grupo de soldados británicos llega, desde el oeste, a las afueras de Borgo Sansepolcro. Habían recorrido a pie el arduo camino de los Pirineos, por el que hoy, en auto, se tardan 7 incómodas horas. El comandante, Arthur Clarke, recibe la esperada orden de los aliados: bombardear Sansepolcro. Los cañones inician su descarga, pero Arthur Clarke, compungido, exclama el cese de fuego. Recuerda haber leído, hace años, un artículo en un libro publicado hacía más de veinte años. En ese libro, Aldous Huxley relata su fatigoso viaje a Borgo Sansepolcro. El tedio, la incomodidad. Y cómo todo eso se redimió de repente cuando, al entrar a Sansepolcro, vio un cuadro, que describió así: “el mejor cuadro del mundo” (the best picture in the world). Arthur Clarke, que nunca había visto ese cuadro, sintió que había detrás de esas palabras leídas en su juventud algo de sagrado.

III
En el libro donde se anotan los muertos de Borgo Sansepolcro, el 14 de octubre de 1492, el nombre: Piero della Francesca.

Hacía dos días se había descubierto América. El, que había pintado “
La Resurrezione”, moría, viejo. Piero della Francesca. Otra vez el placer de la palabra rendida a su pura sonoridad, a su arquitectura aérea que se tensa un instante casi táctil para disiparse entre quietos vahos de mi noche. Mis manos no vuelven al teclado, miro la ventana cerrada frente a mí, digo, unas veces más, para mí, Piero della Francesca. Suspiro.

IV
Arthur Clarke está nervioso. Ha desoído la orden; las represalias han de ser severas. Sin embargo, en su atribulación, él saca otras cuentas. Las descargas que llegaron a dispararse son suficientes para destruir “La Resurrezione”. Pero tiene suerte. Los alemanes ya se habían retirado de Borgo Sansepolcro. Y las municiones encallaron en distritos marginales.


V
Atractivo el hecho de que Clarke no había visto la obra (la ignoraba por completo: ni una mísera reproducción). No sabía qué era lo que salvaba. Y aun así bastaron unas palabras de un novelista para haberle sugerido que su misión era, de algún modo, vital. Pudo darse el caso de que las palabras mintiesen, y fuesen bellas solamente ellas. Imagino que hubiese valido la pena de todos modos. Raro destino de esas palabras de Huxley: haber escrito lo que esa obra hizo en él, 20 años más tarde la protegería de la muerte.

VI
No sabemos cuando termina una palabra.
Qué salvan, qué condenan. (Qué palabras dijiste a tu amada ayer, que alguna vez serán la llave de algo terrible, la última noche. Qué cosa le dijeron a ella, allá cuando era niña, para que a poco de haberte visto – y sin mucho argumento – te ame.)

VII
La resurrezione” está aún en la Pinacoteca del Museo Cívico de Sansepolcro (ah: la oportunidad de escribir una vez más: Sansepolcro: modestos placeres una escritura anclada: Sansepolcro.) Inmóvil ya más de 500 años; más vieja que América: quieta mientras América sucedía. Para poder verla, es preciso firmar en la entrada. Entre los nombres de quienes fueron: Greta Garbo.

VIII
Como Clarke, yo tampoco he visto el cuadro (salvo de lejos, digitalizado: inerte). Sin embargo, sí ví el rostro de Greta Garbo. ¿Acaso alguien puede dudar que ese rostro – bello y hermético; mítico - sintió el influjo escisivo de ese cuadro? ¿Alguien puede decir que el rostro de Greta Garbo – tan peculiar, tan Greta Garbo - no lleva una marca muy suya e indeleble y que esa marca es la de Sansepolcro, su portento y su belleza, antigua y sepulcral?

IX
Hoy, Clarke tiene su calle en Borgo Sansepolcro. Lo quieren en el barrio, es considerado un héroe (murió en 1981; el año en que nací). Y todo, las guerras, estas palabras (the wars, these words), el mítico y perdido rostro de Greta Garbo, la última vez que se descubrió América, Borgo Sansepolcro, Eric Cantoná, los libros de historia del arte, el quattroccento, todo ya es parte de la historia de esa pintura - que cada tanto algún poco transitado canal de cable recordará.


***


Y yo, que me asomé a su encanto fríamente abrasivo una noche lentísima, y alivié mis llagas en el reflejo de sus orillas.