27.8.07

reververage silente de las sentencias


tribunales





I
Hoy me miré las manos. No es algo que suelo hacer, no tengo tiempo. Pero hoy me las miré varias veces. Tuve que hacerlo: sentía un leve ardor. No interfería con mi vida, pero afloraba allí donde me quedaba quieto. Sé bien que eso de quedarse quieto es un contratiempo, una descortesía. Pero últimamente tengo dudas, no sé qué debo hacer con mi vida. Mi madre dice que leo demasiados libros. No sé. No creo que sea eso. Es simplemente que a veces, entre una cosa que hice y otra que tengo que hacer surge una espera. Y, como me aburro, leo algo. Lo que sea, lo que tenga a mano. Igual le digo a mi madre que no se preocupe: últimamente las cosas van más rápido y para seguirles el paso hay que ser uno con la realidad, que es un lenguaje hecho de acciones. Eso lo dijo Pasolini. Que el lenguaje de la realidad es la acción. No sé quién es Pasolini. Lo leí en medio de una espera. Parece que hacía cine y que lo mataron. Pero el caso es que, de repente, quedo detenido (esperando que me abran una puerta o que me entreguen un papel, o que sellen ese papel, o en el ascensor, cuando hay gente y es incómodo mirarse en el espejo, o etc). Y hoy me sorprendí cada vez diciéndome: ¡qué rojas tengo las manos! Me miraba las manos y sí, en verdad estaban muy rojas. Razoné el glacial invierno de afuera, y la calidez de los interiores burgueses por los que circulo rutinariamente. Supuse que esas sucesivas brusquedades térmicas imponían el carácter rojizo de mis manos.
Pero no sé. No sé.


II
No me fijé en otras manos. Podía verificar si el color que usurpaba las mías también urgía en otras manos, pero no: me daba pudor (mirar a los demás me da pudor). Sin embargo, oculté las mías de los demás. No sé por qué. Simplemente lo hice. Soy tímido. Pero esa tarde todos me trataron muy cordialmente. Como si fuese uno de ellos. Tuve que adoptar poses poco ortodoxas, y me sorprendió que pasasen desapercibidas. Recapitulando después, en el colectivo de regreso, los movimientos que yo había cometido para evitar revelar las palmas de mis manos noté que eran los mismos que los de los demás. Me habían salido tan bien porque los venía viendo desde siempre. Era la manera en que los demás caminaban. Me lavé las manos con agua fría, cuando llegué a casa. Raspé con jabón la palma de mis manos. Pero no hubo caso: seguían rojas. Lo bueno es que el ardor se ha calmado hasta desvanecerse. Y como no me molestan, ya no reparo en lo rojas que están.

24.8.07

epígrafe tardío para El Otro

Encuentro el epígrafe perfecto para el relato El Otro. Pero es muy largo y como de todos modos no quiero perderlo, lo copio aquí, como una inscripción.
...


"(...)No podría haber combate decisivo: en ese combate no hay decisión, ni siquiera hay combate, sino sólo la espera, la cercanía, la sospecha, las vicisitudes de una amenaza cada vez más amenazante, pero infinita, indecisa, contenida totalmente en su misma indecisión. Lo que la bestia presiente en la lejanía, esa cosa monstruosa que va a su encuentro eternamente, es ella misma, y si alguna vez pudiese encontrarse en su presencia, encontraría su propia ausencia; es ella misma pero convertida en la otra, a la que no reconocería ni encontraría. La otra noche es siempre la otra, y aquel que la oye se convierte en el otro, al acercarse a ella se aleja de sí, ya no es quien es acerca sino quien se aparta, quien va de aquí para allá. Aquel que entró en la primera noche intenta intrépidamente ir hacia su intimidad más profunda, hacia lo esencial; en un momento dado oye a la otra noche, se oye a sí mismo, y el eco eternamente repetido de su propia marcha, marcha hacia el silencio, pero el eco lo devuelve, como la inmesidad susurrante, hacía el vacío, y el vacío es ahora una presencia que viene a su encuentro."
...


Se trata de uno de esos momentos en que detesto que Blanchot se me haya adelantado. El capítulo es "La trampa de la noche" en el tomo "Inspiración", de El Espacio Literario.
*


Lo que me sigo preguntando es si ese personaje debía morir. No lo sé. Vacilo. Muchos personajes mueren. E cuento e una máquina que debe cerrar. La muerte del personaje principal le da cierta redondez. Lo incesante, lo que sigue pertenece a la novela. Acaso por eso la novela pueda hacese cargo mucho mejor de la vida que un cuento. Esto nunca empieza a ser una virtud de la novela, y consagra al cuento como un género superior. Por eso no sé si debía morir. El drama de la otredad no concluye, e incluso la muerte es una ilusión ofrecida para apaciguar su malestar. La muerte es una solución. Toda mi literatura ha descreído siempre de las soluciones. Las cosas no se resuelven: la muerte de un personaje es una evasión: la fuga de la trama, no su conclusión. Como a Sherlock, tal vez haya que revivirlo.
*


También recordé un fragmento de un cuento de Borges (mis noches son muy largas; adivino, por el murmullo del techo metálico del patio, que llueve afuera, en el invierno de afuera; ¿qué otra cosa podría hacer?). En "La casa de Asterión", el minotauro (que es casi la conciencia de un cachorro abandonado) deambula tristísimo por las galerías del laberinto, y dice:
...


"Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar por el suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto lo ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cóm el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente lo dos."


...


Vislumbro que el caso de Asterión es el perfecto reverso. El, sabiendose solo, juega a que hay alguien que lo visita y lo acompaña. Porque lo imagina le es lícito el conocimiento de su imaginería. Sabe del artificio que compone, y lo disfruta dentro de los límites del juego. En cambio, en el otro, al sospechar sin nunca encontrar, se abre la eterna suspensión de la vida en la ilusión de una otredad que no se confirma. En esa dilatación empieza la promesa de realidad, y se sufre a cada paso la ambiguedad del juego en la contínua postergación de sus fronteras, que se extienden cada vez que uno (que el) pensaba que podía palparlas.



///

22.8.07

zapping


1- Perú. Un terremoto sepulta la ciudad de Pisco. En Chicha, cerca de allí, lo muros de una cárcel se derrumban. Más de 800 presos escapan. Los diarios titulan: "fugados". Pero al otro día, la mayoría regresa. Dicen que afuera la realidad era tan espantosa que preferían quedarse allí. Uno dice: no nos fugamos, corrimos por nuestras vidas; y ahora, regresamos.
.

2- Desocupados, los obreros residuales del capitalismo reclaman las cadenas laborales que un día los ataban. "Sí, nos explotaban. Pero era mejor que esto".
.

3- Es un pibe. 17 años. Asesina a dos adolescentes. Lo agarran; va preso. Le dan arresto domiciliario, pero pide ir a la cárcel. Dice: "en casa me aburro".
.
.


Es una plegaria que llevo tiempo escuchando. Por favor, arránquenme mi libertad. En ella ardo, aturdido, extraviado, entregado a lo real como en un lentísimo altar de sacrificio.

18.8.07

mientras El Otro

escribir



Epocas de torpeza (los efluvios de lejana epifanías se atascan en la afonía de la garganta de mi pluma / lenguaje / escritura /whateveretcjustamente)



Ya no puedo escribir un cuento: lo que hago es organizar la manera en que un cuento se ha malogrado: hilvano los pasos sueltos arrojados dispersamente en la senda por donde el cuento se extravió.

apuntes sobre El Otro

Sí; la soledad está llena de cosas: como el desierto está poblado de espejimos.


Madura del silencio una voz sudada de mil imágenes secas. Como la promesa de una lejana sirena que el náufrago sueña en la monotonía de su destino, la rutina del oleaje.



La seducción que ejerce cada una, es análoga.

14.8.07

dos tímidos pasos hacia la escritura

nota rápida en un cuadernito dejado al costado de la mesa de luz





Angostas las paredes de la caverna de este invierno mientras me raspo las uñas congeladas contra las rocas con el sueño, ya un poco cansado, de la tibieza de una siesta en la primavera, que se deja soñar - levemente - como una promesa fútil, cuando cae la tarde, acurrucado en un ángulo del sofá desde donde el cielo, por la ventana, no se ve. / Omito, en el texto, las penas que vinieron con el frío. Que sea el texto el espacio donde puedo respirar, el paréntesis en el devenir de los calendarios que reúnen el lado de afuera de mi vida que, a estas alturas del tiempo perdido, ya es toda mi vida, (y por ella, desde luego, merezco la sentencia más severa: seguir: seguir con este texto; seguir con mi vida: da lo mismo y es, al mismo tiempo, el reverso). /




...





¿Tengo algo para decir? No lo sé. Probablemente no. No me compete saberlo. No se escribe nunca porque se tiene algo para decir. Sería tan sencillo (tan burdo, tan pedestre: tan ejecutivo). Si uno tiene algo para decir, lo dice. Y se acabó: queda ahí: dicho. Manda un correo con su mensaje para la humanidad, o para quien sea, siempre tan lejano, tan inasequible como la humanidad. El principio de la escritura es la incertidumbre, el miedo, el ansia, el querer decir algo y no saber qué ni saber cómo. Aunque es cierto: es posible que se sepa antes el cómo que el qué. No sé. Retorcer el lenguaje hasta que de él se escurra algo, cualquier cosa nuestra que pueda ser dicha.



La ilusión de que algo pueda valer la pena.
...





¿Adonde va este texto? Pienso: ¿acaso puede hacerse una pregunta más tonta que esa? No sé dónde va mi vida y tengo que saber dónde va este texto… Si al menos fuese ficción… Si fuese ficción sabría a dónde va el texto precisamente porque no sé hacia donde va mi vida.
...


Miro por la ventana. No da a ninguna parte. Al patio de un vecino. ¿Qué veo? Nada. La noche. ¿Qué hay para ver cuando es de noche si no la noche? Qué me importan a mí los matices. Son torpes variaciones de la noche platónica que llevo dentro del pecho, y que solo encuentro en el trazo de Van Gogh. Ah, Vincent... cualquier árbol puede ser un incendio arrebatado en el viento que imagina una mirada herida.
...





(Extraño las cosas que tengo desde la perpetua previsión de su irremisible pérdida.)







(Quiero perder las cosas que tengo para que algo me obligue - puesto que yo no puedo - a ser yo, sin anestesias ni condescendencias)
...


Y tengo sueño. Los párpados se me derrumban. El imperio de la vigilia es tan endeble como eso.



Pero la cama no me sirve. ¿Escribir me sirve? Tampoco. Pero estoy cansado de dar vueltas sobre la cama. Entonces: doy vueltas sobre el teclado, sobre el lenguaje, sobre mi ánimo, mi pasado, mis terrores.





Después de todo la invisibilidad es una cuestión de paciencia.





Y la imaginación es el caudal del miedo.

12.8.07

Me preguntan qué quiero decir con que la soledad está llena de cosas.
Respondo: la soledad está llena de cosas como el desierto está lleno de espejismos

9.8.07

/ * /

Ok: Infimos Urbanos está estancado. Acaso en unos días se reanimen las venas espesas por donde cansadamente solo fluye este silencio. ¿Es que todavía queda algo por decir? No es el punto. Es solo cuestión de cambiar esta parálisis por las muletas de la literatura (o, por lo menos, del discurso). Si vamos a algún lado o no, poco importa. Al menos podré rumiar por la habitación, girar con el tiempo. Y entre tanto, nada.




Pero hay otros lugares. Un pequeño blog de haiku (Las aguas etéreas) donde hay cosas como ésta:





luna abierta.
un perro llora en la ciudad:
es la ciudad.




o como ésta:



todo delira
impunemente. Kafka
nos está soñando.






o bien la la galería de fotos (Anatomía de los pasos solo); donde hay cosas como ésta.








///


Se están efectuando las curaciones pertinentes para que todo lo que murmura en la desidia de mi tristeza termine en el papel, en lugar de afasia, acedia e insomnio.