23.2.07

algunos rasgos melancólicos para una estética de la lluvia

Supuse que las lluvias tenían una melodía, irredenta y desprolija, que en el ajetreo de estar vivos perdemos, sustituyéndola por un monótono repiqueteo de sintaxis grisácea. Tristemente, nuestra condena a la inercia calla la magia que las cosas extienden: hemos sumado nuestras horas de vigilia, y con lo inerte de ese resultado, sentenciamos al universo. Quise, por una vez, desentenderme de la intrascendencia de un cuerpo hastiado que corta la luz del tiempo, vanamente, y salvar de su destino cloacal algunas de las gotas de la tormenta que atrasó un poco a Buenos Aires de su velocísimo ritmo errante. Las letras no me alcanzaban para capturar ese sonido (lo supe, y cerré el cuaderno, que además se mojaba, inútil), y salí con la cámara a sentir la lluvia en los ojos (utopía del poeta: que su piel sea la piel de la retina): me sirvió de poco, pero quedó este tímido registro de imágenes (como quedan debajo de las uñas del náufrago residuos furtivos de la vida real, la madera del barco): imágenes que, de alguna manera, hilvanan la piel de una lluvia que ya, como todo, se secó.


La intrascendencia carece de los acordes violentos de la tragedia; la memoria no sabrá desaparecer lo que nunca la intervino........................
...Iremos cayendo, más tarde o más temprano, en el abismo sin abismo del olvido sin olvido.

20.2.07

la utopía / la literatura (o: ya que no encallaremos nunca en la utopía, excitemos el lenguaje)

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La utopía es familiar al escritor porque el escritor es un dador de sentido: su tarea (o su goce) es dar sentidos, dar nombres, y sólo puede hacerlo si hay paradigma, desencadenamiento del sí/no, alternancia de dos valores: para él el mundo es una medalla, una moneda, una superficie doble de lectura en la que su propia realidad ocupa el reverso y la utopía el anverso. El Texto, por ejemplo, es una utopía, su función - semántica - es hacer significar a la literatura, al arte, al lenguaje presentes, en tanto se los declara imposibles; otrora se explicaba la literatura por su pasado; ahora, por su utopía.
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Roland Barthes en
Roland Barthes por Roland Barthes

15.2.07

jingle

Daniel Veronese dice que hace años esta frase lo acompaña, lo hechiza, lo persigue (al punto que nombró dos de sus obras con ella). A mí me ha llegado hace un par de meses, pero la siento regresar en los momentos más desprevenidos del día: me veo recorriendo sus sílabas como si cumpliese un sacramento de un rito que desconozco, paso por su sonido como si acariciase el sinuoso lomo de una lenta serpiente; me sorprendo con los labios en mitad de la línea cuando creía que estaba pensando en otra cosa; melancólico, cuando deambulo por calles o páginas, siento que en ella se cifra la verdad de toda mi vida romántica; en la enajenación lúcida de mi tristeza estéril, la repito como una pura forma, frontera de un sentido que no puedo abordar; cierro un libro de repente, miro el techo desde mi cama, no sé nada: y esa frase vuelve. Sospecho que configura algo detrás de su simpleza: percibo - simplemente con las inflexiones de mi respiración cuando nombro la frase - las oscuridades que sugiere sin decretarlas (ninguna ambiguedad es inocente).
Sé, también, que prefigura una de las formas de la demencia.
Si la escribo ahora es, tal vez, para sacarmela de encima, para perderla.

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Un hombre que se ahoga espía a una mujer que se mata




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Es posible, por supuesto, que con esa frase algo se haya sembrado: late ahora en diversos episodios de mi somnolencia; no podré saber lo que, alguna vez, nacerá de ella.

13.2.07

el escritor, el soñador y las diversas prostituciones de las pulsiones oníricas

(Fragmento de un ensayo sobre Hamlet)





Actuar es empezar a morir, es adentrarse en la enfermedad del tiempo. Por esto, de algún modo, el escritor es un traidor: su palabra está hecha de tiempo, su silencio – necesario para parir la frase – está hecho de muerte (moverse es vivir, escribe Pessoa; escribir no es vida: a lo más, es una supervivencia precaria). El escritor debe mediar su sueño con artificios generalmente baratos: su angustia, su hastío suele ser el costo de no renunciar al sueño mientras sostiene el vicio de la escritura. Un soñador verdadero no puede escribir. Un verdadero soñador no colaboraría con la existencia del mundo exterior. Un verdadero soñador está siempre atento a lo inexistente: pero no lo prostituye: lo respira.

6.2.07

10 notas para una mitología personal


No he venido aquí para escribir.
He venido aquí para estar loco.
Walser




I

Innumerablemente, he declamado: el escenario es un lugar de venganza; de ahí que Ínfimos Urbanos (enorme, bestial escenario que todo fagocita) resultase una praxis agresiva, un ajuste de cuentas (con el desencanto de lo real, con los tártaros de las ilusiones, las nostalgias de plenitudes sin existencia, la intoxicación de los mundos posibles que no se dieron, las mujeres perdidas, el hastío de un destino insulso, la angustia de la irrelevancia de todo, el pasillo indeclinable por el que cada cosa se vuelve nada, etc.). Hubo que hacer algo en el momento en que las tensiones del mundo dejaron de coincidir con las inquietudes de mi cuerpo; cuando la ética de mi deseo se desencontró brutalmente con las maneras de lo real, había que capitular (acatamiento, sometimiento, suicidio) o ejercer un camino desesperado, personal, incierto (la soledad, la escritura).


II

Desprevenido, no supe leer totalmente el signo que esa sentencia suscitaba: me quedé con el estribillo, repetí su superficie (su máscara, su marioneta: su farsa) y prescindí del presagio que latía bajo la piel de ese signo. Es raro que las verdades se presenten sin su revés (por lo general, una emboscada): es común, sin embargo, dejarse encandilar por el destello erróneo de una frase parida – un juguete, al fin -, bajar las defensas, abusar del souvenir y desatender la negrura que puede resguardarse dentro de los márgenes del signo.


III

Porque cuando busqué mi imagen, el reflejo me devolvió otra, y yo me contenté con esa confusión (como cuando nos abrazan y nos dicen “todo estará bien”) es que he sobrevivido mi estadía en la realidad. Pero, iluso sería no prever esta pregunta: ¿hasta cuándo el espejo diferirá la verdad?
Una pieza del cuadro llegó a mí, la vi por accidente, se susurró de golpe mientras yo me ocupaba de otra cosa. ¡Sublime torpeza no haberlo pensado antes! Avisado de que nada es gratuito, ¿con qué ingenuidad suponer que la venganza no tendría un costo?


IV

Desterrado de las alegrías reales (aquellas junto a las que la humanidad tolera el peso de la existencia); extranjerizado de las cosas comunes; incapaz de habitar pacíficamente el presente (desbordado de nostalgias e imágenes oníricas); incomprendido y malversado; costeando los placeres con dosis cada vez más enfermizas de soledad; devoto de las lejanías y hastiado prontamente de las inmediateces; cansado de arrastrar tantas muecas a falta de un máscara que proteja mi ausencia de rostro, - esa desnudez -; inaudible para la tibieza de atardecer que vibran las flores; expulsado de mi niñez, inerme; hechizado por femeninos espejismos que tentaron mi confusión con mitologías absurdas; extendido ante luces que mecieron mis sueños pero llagaron mi carne, arruinándome para la vigilia; testigo irónico del funeral de mí mismo, a un costado de mi cuerpo, que obedecía las rutinas, ya sin mí..........en fin: de todo eso me vengaba literaturizando los diferentes distritos de mi agonía, tratando a cada uno como a un ladrillo de una inmensa construcción, que devendría eventualmente en un templo que, cerrado sobre mí (como Artemisa se cierra sobre la palabra de Heráclito), tendría ventanas desde donde yo vería a las fragancias de mis literaturas, como raros pájaros etéreos revoloteando por los delgados cielos del crepúsculo, en una danza lúdica sin solemnidad, y con tristeza bella.
En esas pirotecnias marchitaría mi alma, encantado.


V

Ejecutado en la aérea acuarela de mi metafísica sin destino ni consuelo, que viene de tanta lluvia contemplada que germinó del lado de adentro de los ojos, hartos de paisajes pedestres.


VI

Y era simple: ¿qué es necesario para acometer la empresa de una venganza?
Tiempo.
Dedicación.
Soledad. Para ejecutar una venganza, hay que realizar un sacrificio. Acorde a la medida de la venganza serán las dimensiones del sacrificio. Tan desmesurada la ambición de mi proyecto que tuve que rendir mi vida entera. La composición de una venganza es una arquitectura vasta y compleja (más cuando lo que yo pretendía ajusticiar era el universo). La exigencia de semejante obra es severa: es imprescindible abdicar de los rituales simples que componen la vida. Un hombre que concierta ficciones paga con el naufragio de todas sus realidades.


VII

El escenario – como el texto – es un espacio de venganza. Y el altar del sacrificio.


VIII

Algo ya había intuido, cuando decía que un escritor sólo escribe con sangre (tibia metáfora para decir que la escritura es tiempo - un suspendido tiempo de aire enrarecido, pero tiempo al fin): en el vínculo parasitario, vampírico entre el escritor y el texto (el artista y la obra) estaba insinuada la escena que recién ahora concientizo.


IX


Fui un penitente que cumplía su condena ejerciendo prácticas que suponía parte de su decisión ética (como si se pudiese decidir estar enfermo). Asumí la literatura para generar líneas de fuga de la vida, sin darme cuenta de que era mi manera de no vivir. Si hubiese sabido este axioma completo, ¿hubiese pagado el precio? No lo sé. En todo caso, es la pregunta errada (yo ya soy otro, y no puedo responder por mis diversos pasados). Acaso nunca hubo otra cosa para mí.
A esta altura, ya no es posible desandar el camino, ni abandonarlo y empezar una vida real. He profundizado tanto en las agonías de estar vivo que ya sé sentir la belleza sutil del instante, impregnado de su inmarcesible unicidad, y - claro - de su incandescente futilidad. El sacrificio reclamaba que cediese cosas para las que de todos modos no tenía alma para vivir: ¿qué hubiese hecho yo en la normalidad? La opresión de las normas me hubiese gastado. Sacrifiqué cosas para las que era previsiblemente estéril (el amor, la familia, la sociabilidad, la euforia, la hipocresía, la convivencia, la música pop, el cine industrial, las corbatas, el trabajo, los periódicos, la felicidad, etc).


X


Hoy, que ya he llenado demasiadas páginas (ansiando la dicha de algún día ser sustituido por ellas), y sacrificado todo, no tengo más remedio que seguir imaginando – seguir escribiendo ficciones – para tener qué subir al altar, para tener algo que desangrar. Es el vicio de la escritura el que, en su absoluta inutilidad, habrá de nombrarme. Desisto, como quien se quita unos zapatos demasiado apretados, de mi lado de afuera. Las tantas palabras desparramadas no son otra cosa que la desprolija procesión funeraria entre dos vigilias. Mi funeral es algo que ya pasó: llegué tarde, arrojé crisantemos oscuros sobre mi pecho inmóvil con el gesto de quien deja una maleta; subí la colina de la Nada como quien ha roto los bolsillos justo en el momento en que el poniente nacía; como quien, sentado en el invierno en una parada de colectivo recuerda la textura de un pullover de la infancia, yo, con cuatro palabras, empecé a labrarme un alma: me queda grande y me queda chica, y todavía entra algo de frío por las rendijas que dejan mis sueños al parpadear, pero algunas cosas - tal vez en su centelleo tímido de mariposa herida que cruza un abismo - sonaron lindas.






¿fin?

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el cuadro: shouting portrait, de William Blake

4.2.07

las letanías iniciáticas


esto pasó

Busqué la literatura como quien entra en la tormenta, para que la lluvia disimule su llanto.
El agua pudrió mis ropas. Infecto como estaba, nadie abrió una puerta para mí. Organicé las lágrimas en textos. Cada tanto, alguien siente que su pena y la mía no son diferentes; y quedo menos solo.