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Eventualmente, habré de dejar mi cuerpo, como un cansado vestido, colgado en el perchero de lo efímero.
Mi alma es por ahora la que, cada mañana - al borde de salir al mundo - dejo bien doblada en los cajones del armario. No sea cosa que se me manche con lo trivial, y después me nieguen la entrada al banquete de lo eterno por pilchas harapientas.