En el colectivo me quedé mirando un caño. Uno de los tantos que en que las personas se agarran mientras viajan parados. Era de noche, tarde. Éramos pocos en el colectivo y el caño estaba ahí, intacto, sin expresar de ningún modo las millares de impresiones digitales que contenía.
Y es así también el cuerpo, higienizado por la invisibilidad del tacto. Tengo que hacer un esfuerzo para recordarte.
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