I
Le escribo a una mujer (¿algo tan anacrónico estos días?) que durmió conmigo hace mucho. Le pregunto: ¿cuánto tiempo ha de pasar para que dos personas que durmieron juntas se vuelvan extraños (retornen a la extranjeridad, se purifiquen del otro, restituyan la virginidad del otro, etc)?
Pasan los meses, no me responde. Rara reversibilidad de un contacto en el tiempo. No sabré cuál fue la frontera que cruzamos. Ni cuándo, ni qué particular circunstancia nos dejó el uno del otro lado del otro, ni si algo pudo hacerse para diferir los pasos por el túnel del tiempo, el deslinde.
Pasan los meses, no me responde. Rara reversibilidad de un contacto en el tiempo. No sabré cuál fue la frontera que cruzamos. Ni cuándo, ni qué particular circunstancia nos dejó el uno del otro lado del otro, ni si algo pudo hacerse para diferir los pasos por el túnel del tiempo, el deslinde.
Difuso límite a través del cuál se desata un nudo labrado acaso con delicadeza. Antes de esa línea, no se sabe. Después, no se contesta.
II
Inútiles huellas en la arena de un desierto sereno y lentísimo, o esas playas desoladas del sur, museos naturales de huellas donde trabajan laboriosos y secretos artesanos de la petrificación: allí un contacto queda salvado quizá durante meses, años. Uno camina al borde del mar feroz; alrededor siempre es invierno. Las cosas que habitan en el frío han pactado su fugacidad. Allí, la hostilidad preserva. Ha de volverse quizá años después, y al rondar la costa, será fácil encontrar las mismas huellas que uno dejó, o mágicamente percibir que un trecho se ha caminado sobre esas huellas sin haberse dado cuenta; o al lado de ellas, en compañía del pasado, de uno mismo, casi - desdoblado).
La pasión sintética de lo urbano. La ciudad borra esas marcas en su afán profiláctico y su entusiasmo higiénico. Sucedemos sobre una superficie amnésica
(incluso tu piel ha de olvidarme, y a mis dedos y mi boca)
El frío y la soledad, retienen.
(¿evanescencia de los rastros de la vida en las ciudades; memoria inútil de los desiertos y las altas montañas, teatro de fantasmas aferrados a una narración para nadie?
Tal vez)
La pasión sintética de lo urbano. La ciudad borra esas marcas en su afán profiláctico y su entusiasmo higiénico. Sucedemos sobre una superficie amnésica
(incluso tu piel ha de olvidarme, y a mis dedos y mi boca)
El frío y la soledad, retienen.
(¿evanescencia de los rastros de la vida en las ciudades; memoria inútil de los desiertos y las altas montañas, teatro de fantasmas aferrados a una narración para nadie?
Tal vez)
III
Y por último la escritura. Resto fósil de un destino melancólico. Huellas herrumbradas en el níveo silencio de la página a modo de tributo nostálgico por las cosas perdidas, de las que ya solo podemos inferir una fragancia añeja y mantener en ellas un amor inexacto.
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