el tiempo perdido
las palabras
las horas
a la orilla del río de la plata, extraviado
en reminiscencias fútiles las horas
algunas menos
en las costas de Arpoador, donde atardecía
la luz sobre el mar verdoso que acompasaba mi cansancio de mí
las calles
innumerables
que caminé cuando iba
de un lugar a otro
las esperas en las paradas de colectivo
las colas en los cines, los organismos públicos, los teatros,
los ascensores, las escaleras
los cigarrillos,
Carolina Agostina Michelle Lupe
Marina
Alejandra los aviones, doblar camisas, Celeste
Maga, los baños de inmersión, peinarme
el dinero
todo el dinero, todo su circuito
de sublimes banalidades
y los perfumes, los cuadros que colgué en mi habitación
para descansar la vista, las películas (arrojaba mi alma lejos y era serena la placidez de ser otro, de ser nada)
los ensayos de mis obritas de teatro
los garabatos sobre cualquier piano
Andrea Soledad
las siestas el frío
Marina
Marina
Marina
la soledad
hacer valijas,
las mudanzas, la biblioteca
las pilas de discos
afeitarme, sahumerios, esperar
en la sala de espera del dentista, en la facultad por los apuntes, en un bar por una mujer, en el rincón del sofá por mí mismo,
las veces que maldije al viento
por despeinarme
las salas de hospitales, su hedor a muerte
que se me pegaba en el paladar,
las hamacas de la infancia, la bicicleta que mi abuelo sostenía de atrás para que no me cayese,
las gambetas, los memorables caños,
los orgasmos, los jadeos, la transpiración
el sexo
el sexo con su pirotecnia narcisista
el sexo como un truco que se sabía incapaz de magias
el sexo que siempre me arrojó a la frontera más cavernosa de la muerte
el sexo que era no la respuesta, sino apenas la pregunta de mi carnalidad desesperada en la fugacidad de sí misma
mis dos o tres verdades,
el coqueteo, la histeria, los roces
de la piel, a veces en un colectivo a veces
en cualquier ajetreo o embotamiento, o
con la chica de la butaca de al lado,
el ansia, la fiebre,
en fin
la soledad
¿acaso hubo otra cosa?
la agonía de la noche en puerto madero,
los momentos para los que dije “esta sería una buena foto” las lluvias que arruinaron zapatos, los zapatos
la sociabilidad, las noches insomnes
la praxis psicótica, obsesiva de la escritura,
la literatura como vicio, como búsqueda (la búsqueda de una fuga), los centenares de cuadernos que llené con impresiones de personas que fui, escritas con el miedo cargado en la garganta, el miedo de la extinción, de la liviandad, de la falta de significado de todas las cosas,
las pastillas contra la irrelevancia que no sirvieron para nada, salvo para distraerme,
cada día de trabajo
la tv
Jimena
los teléfonos
los museos, las horas frente al teclado
las horas frente al espejo
las horas frente a Gabriela
el baúl metafísico donde empaqué mis deseos
los calendarios
las horas
a la orilla del río de la plata, extraviado
en reminiscencias fútiles las horas
algunas menos
en las costas de Arpoador, donde atardecía
la luz sobre el mar verdoso que acompasaba mi cansancio de mí
las calles
innumerables
que caminé cuando iba
de un lugar a otro
las esperas en las paradas de colectivo
las colas en los cines, los organismos públicos, los teatros,
los ascensores, las escaleras
los cigarrillos,
Carolina Agostina Michelle Lupe
Marina
Alejandra los aviones, doblar camisas, Celeste
Maga, los baños de inmersión, peinarme
el dinero
todo el dinero, todo su circuito
de sublimes banalidades
y los perfumes, los cuadros que colgué en mi habitación
para descansar la vista, las películas (arrojaba mi alma lejos y era serena la placidez de ser otro, de ser nada)
los ensayos de mis obritas de teatro
los garabatos sobre cualquier piano
Andrea Soledad
las siestas el frío
Marina
Marina
Marina
la soledad
hacer valijas,
las mudanzas, la biblioteca
las pilas de discos
afeitarme, sahumerios, esperar
en la sala de espera del dentista, en la facultad por los apuntes, en un bar por una mujer, en el rincón del sofá por mí mismo,
las veces que maldije al viento
por despeinarme
las salas de hospitales, su hedor a muerte
que se me pegaba en el paladar,
las hamacas de la infancia, la bicicleta que mi abuelo sostenía de atrás para que no me cayese,
las gambetas, los memorables caños,
los orgasmos, los jadeos, la transpiración
el sexo
el sexo con su pirotecnia narcisista
el sexo como un truco que se sabía incapaz de magias
el sexo que siempre me arrojó a la frontera más cavernosa de la muerte
el sexo que era no la respuesta, sino apenas la pregunta de mi carnalidad desesperada en la fugacidad de sí misma
mis dos o tres verdades,
el coqueteo, la histeria, los roces
de la piel, a veces en un colectivo a veces
en cualquier ajetreo o embotamiento, o
con la chica de la butaca de al lado,
el ansia, la fiebre,
en fin
la soledad
¿acaso hubo otra cosa?
la agonía de la noche en puerto madero,
los momentos para los que dije “esta sería una buena foto” las lluvias que arruinaron zapatos, los zapatos
la sociabilidad, las noches insomnes
la praxis psicótica, obsesiva de la escritura,
la literatura como vicio, como búsqueda (la búsqueda de una fuga), los centenares de cuadernos que llené con impresiones de personas que fui, escritas con el miedo cargado en la garganta, el miedo de la extinción, de la liviandad, de la falta de significado de todas las cosas,
las pastillas contra la irrelevancia que no sirvieron para nada, salvo para distraerme,
cada día de trabajo
la tv
Jimena
los teléfonos
los museos, las horas frente al teclado
las horas frente al espejo
las horas frente a Gabriela
el baúl metafísico donde empaqué mis deseos
los calendarios
Cecilia Daniela
Ayelén
Daniela,
el síndrome de Estocolmo que desarrollé para con mi teléfono móvil
las pocas inútiles horas de gimnasia
las veces que dije “Es interesante”
las veces que dije “Me gustás”
las veces que dije “Lo que pasa es que somos muy diferentes, vos y yo hablamos otro idioma, no tenemos nada que ver”
las veces que no dije “te necesito”
los cajones
y todo
todo todo todo lo que olvidé en ellos
cada episodio de la memoria
que se comporta parecido al mecanismo de los cajones
la pregunta “¿qué hago acá?”
la pregunta “¿y qué hago ahora?”
la pregunta “¿Y vos por qué estudias letras?”
la pregunta “¿Adonde voy?”
el síndrome de Estocolmo que desarrollé para con mi teléfono móvil
las pocas inútiles horas de gimnasia
las veces que dije “Es interesante”
las veces que dije “Me gustás”
las veces que dije “Lo que pasa es que somos muy diferentes, vos y yo hablamos otro idioma, no tenemos nada que ver”
las veces que no dije “te necesito”
los cajones
y todo
todo todo todo lo que olvidé en ellos
cada episodio de la memoria
que se comporta parecido al mecanismo de los cajones
la pregunta “¿qué hago acá?”
la pregunta “¿y qué hago ahora?”
la pregunta “¿Y vos por qué estudias letras?”
la pregunta “¿Adonde voy?”
la pregunta: "¿Qué estará haciendo ahora?"
la pregunta “¿Por qué no llama?"
la pregunta “¿Por qué no llama?"
las góndolas de los supermercados
la ética
las veces que salí de mi habitación
el tiempo que pasé dentro de mi habitación
mi vida que ocurría en el momento en que yo me detenía para capturar algo con la cámara
las melancolías nocturnas cuando con amigos nos embriagábamos de tristeza y rasgábamos la noche con palabras que solo decían que no entendemos nada de nada de nada de nada
y todos los espíritus de la escalera que visitaron mis demoras
y sobre todo
todo lo que no llegué a decir
lo que viví en vano
en la vida íntima del silencio
lo que le conversé a los fantasmas, lo que grité en insomnios, lo que no tuve coraje de ser
y soñé, como un mendigo
y todo lo demás, mal suspenso
de la muerte
///
4 comentarios:
Hermoso, profundo, sincero...
Un gusto leerlo.
No puedo comentar. Es algo como de un personaje, en disfraz belleza, del tiempo que no está y está y no está y está.
Algo como un balanceo.
Todo lo que digo es banal. Yo.
No puedo comentar.
naturaleza:
un gusto tu reincidencia.
_________
laura:
pero tu presencia es una huella. sirve.
Siempre las voces que llegan nos sostienen...
Dejo mi señal, Debret Viana.
Cuida esa peregrina existencia tuya...
(Desde el verano de Lima)
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