3.5.05




¿Tendré que pegarme un tiro, que chorree rojo por entre las páginas, para que esto sea literatura?

Para que esto no sea un revoltijo de muertos míos como tripas abiertas de un muñeco roto: ¿tendré que pegarme un tiro, aunque la piel sea la tensa superficie de la soledad, la frontera?

No sé: vendría la máscara a devorarme...

Entonces, ¿tendré que pegarme un tiro, encender la luz detrás de las tapas del libro, de las cuatro paredes inconmovibles y entregar mi cuerpo muerto a la mirada a la succión del lector, del otro?

Me pregunto: ¿qué idioma sería ese?

Las puertas del teatro se cierran nunca . ¿Tendré que firmar con sangre? Si hubiera levantado el telón con la verdad original, se hubieran manchado de sangre las butacas desde las primeras escenas.
Me pregunto: ¿qué idioma sería ese?

Me respondo, tal vez: NINGUNO.
Porque la palabra presupone una experiencia compartida. Y la unicidad de la verdad que un cuerpo puede producir es tan absoluta - quiere ser tan absoluta - que será cada vez incomprensible;
no se dice: se padece.

Es preciso destruir el teatro. O vivir en el teatro yo
¿tendré que pegarme un tiro, saber cerrar el libro
de una vez
callar
volverme tan ilegible como cierto?

. . .