Escribir: inclinarse sobre la hoja, arquear la espalda, cavilar la palabra, verter la tinta hasta lograr una forma pronunciable- Escribir, así: como un faro. Estéril, moribundo de día, solo de noche ilumina, desde la inútil altura solitaria. Gira desde la alta penumbra: hay un instante de luz para todos los puntos del horizonte. Quienes lo ven, más o menos náufragos de la marea que los lleva (a veces peleando contra ella, otras sumisos a su influjo) sueñan un camino en el brevísimo haz de luz que comparten. Sueñan una voz que les habla a ellos, un contacto que los distrae del rumor abrasivo del mar, y hace que la muerte los olvide el tiempo - tan fugitivo - que dura la ilusión. Nada comparten, nada es compartible: la luz del faro no busca dar con nadie, no busca decirle nada a nadie, no quiere nada: solo necesita expulsar la luz intolerable que lo ciega. Quien lo ve, debe prevenirse: no se trata de un destino: Puede navegarse en dirección hacia esa luz durante, décadas, vanamente. Quien se acerca, se pierde; quien llega, es cegado por la voracidad de la luz; se trata apenas de un desvío que hace tolerable al destino. Es indispensable educarse en la paciencia: la luz es una senda evanescente, que corta con su hálito la espesura del imperio de la noche, harto de ajenidad y desasosiego
*
El escritor sabe, sin embargo, que lo importante no es esa breve luz sino el otro tiempo, el tiempo suyo, el tiempo de oscuridad: allí mora y allí labra la palabra. Es con tiniebla con lo que se hilvana la voz de la palabra. Quien escribe debe adentrarse en un teatro de sombras chinas proyectado sobre los muros insomnes de la noche: las figuras, imprecisables, son una cuestión de fe; lo inhallable, debe ser soñado - y así ser llevado al umbral de la existencia - o permanecer inexistente y nulo.Toda esa negrura es vital para poder parir un instante de luz.