"(...)siempre hay ropa debajo de la ropa y si toco por azar algo parecido a la piel - un poco más áspero y más irónico que la piel, pero casi - es ya una mueca aprendida del diccionario de la civilización. el ansia infantil y melancólica de desnudarme por fin de la cultura, y ser algo o estar en una posición en la que cada parte de lo que soy, lo que miro, lo que hago, no tenga un nombre ni una etiqueta, ni esté pronto a ser embalado por el museo de antiguedades que la vida pasó a ser. "
23.2.10
Es noche - un determinado momento del tiempo al que suelo referir con un número -, y llueve. Y yo viajo a través de la lluvia en un rectángulo con ruedas sobre el suelo asfaltado (liso, profiláctico, sanado de sus imperfecciones) debajo del cual estuvo una vez el planeta. Me dejaron subir a cambio de un símbolo, inscripto de algún modo en metales redondos.
Vivir es rarísimo.
6.2.10
estética
pedro y el lobo
I
Todos conocen la historia. Pero lo que se ha escapado en la cristalización irreflexiva de la tradición fue que la enseñanza moral era estéril y que sin embargo, lo que se escondía allí era en verdad una lección literaria.
II
Pedro tiene que contar y cuidar a los ovejas, para que no les pase nada. No es una tarea amena ni provista de muchas aventuras. Como tiene que contarlas, es probable que le de un poco de sueño también. Se aburre y no sabe qué hacer para matar el tiempo. Se le ocurre - convengamos que Pedro no es una persona muy creativa: por algo lo mandaron a cuidar ovejas - gritar: "Lobo, lobo". Vienen los aldeanos al trote y le preguntan: "¿Dónde, dónde está el lobo?" y Pedro, un poco pavote y tratando de disimular entrecortadamente la risa les responde "No, no hay ningún lobo". Los aldeanos se van, no sin mirarlo con un tanto de bronca. Al día siguiente, Pedro, aburrido y sin saber qué hacer, recuerda que lo del lobo funcionó, y fue muy divertido hacer venir corriendo a los aldeanos completamente en vano. Entonces, grita otra vez: "Lobo, lobo". Y los aldeanos de nuevo vienen al trote, y le preguntan a Pedro: "¿Dónde, dónde está el lobo?" y él les responde "No, no hay ningún lobo". Y los aldeanos, molestos, se vuelven a sus tareas, dedicandole esta vez a Pedro una serie de gestos obscenos. El tercer día, surge un lobo del bosque contiguo y Pedro, al verlo, grita nuevamente "Lobo, lobo" pero nadie viene a ayudarlo y el lobo (que probablemente ya sabía todo esto) se devora a todas las ovejas.
III
Ahora, lo que esta historia pretende dejarnos, según la tradición más vetusta, es que no hay que mentir. No hay que mentir porque en el caso de que digamos la verdad, los otros, acostumbrados a nuestras mentiras, ya no nos creerán. La palabra es frágil, y si la verdad no la verifica su crédito es brevísimo. Pero por supuesto esto falso, como todo atisbo de aleccionar moralmente a quien sea. Lo que en verdad está inscripto en esa historia, célebre y endurecida por el tiempo, es un principio estético: no hay que mentir dos veces con la misma mentira.
*
Todo se resume en un problema de iterabilidad. La mentira es una gema que hay que tallar con delicadeza. Para que funcione, debemos usar los gestos de la sinceridad. Debe producirse como un objeto nuevo, debe profesar una originalidad, aunque más no sea en la apariencia. Su efectividad y su belleza dependen de eso. Lo que este relato - añejo y petrificado en una moraleja errada - en verdad alienta es la imaginación como potencia combatiente de las monotonías de las cosas que ya han sido. Amén.
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