larvatus prodeo
La tragedia de la melancolía: que muchas veces se parece a la vida. Hay quien se reseca de melancolía sin saberlo: su pulso declina entre los ruidos de la casa quieta, y la sangre que se pierde se pierde de manera tan monótona que esa pérdida tiene las maneras de un ritmo similar al curso de las cosas cotidianas; y la inercia, que acepta el vaivén de los vientos y de los vahos, se dismula adoptando gestos civilizados. Yo mismo, tantas veces me confundo con mi vida. Y tengo tanta gente cercana que me ha reemplazado por ciertas acciones que cometo. Avanzo con una máscara como cualquiera, y hago esfuerzos brutos y patéticos por señalarla, por delatarla. No me toman en serio: creen que es otra pirueta, una forma de romper el hielo, de decir hola.
La tragedia de la melancolía: que se parece a las horas. No las horas insomnes de la noche, tan vacías que enferman de silencio hasta hacerlo mover, verbalizan la carne de nuestros fantasmas insepultos. Las otras horas: las comunes: las esperas en las paradas de los colectivos, caminar las calles diurnas, vestirse para salir, subir escaleras, conversar solo para que las palabras nos dividan del otro, para mantenerlo lejos, hacer trámites, el trabajo, la preocupación por las cuentas, el rumor de los gobiernos en los periódicos de los puestos de diario que pasamos sin prestar demasiada atención, el tiempo indiferente corroyendo el nylon de los carteles publicitarios, etc. Esas horas en las que hago cosas, y si me encuentro con un amigo por la noche o me llama mi madre por teléfono y me pregunta ¿qué hiciste hoy? son esas las cosas que enumero, como si tuvieran que ver algo conmigo (y no lo otro, el murmullo interior). Sometido al lado de acá de las cosas, vivir sin notar que lo que tomamos por vida es simplemente estar triste.
El silencio - la forma del silencio - del zapping anestesia el ansia de un grito coagulado. Parece que nadie escuchase esa agonía (ametrallar un teclado no redime nada).