The silent direction
En un bar, en la esquina de la facultad de letras, reposo un poco del agobio, con un café sobre las "Sombras breves" de Benjamin. Me sorprendo mirando a un hombre: no logro decidirme: ¿me parece conocido o me parece atractivo? Enunciado esto, siento la herida: ¿acaso no se trata de la misma cosa? ¿aquello que nos atrae - como fuerza que no concientizamos - no es precisamente eso que nos resulta vagamente, innombrablemente familiar?
Esta cercanía como sensación (por completo etérea) halla en un cuerpo extranjero una identidad - con la íntima esencia -. El amor, entonces, como una suerte de regreso - ¿hacia donde? hacia uno mismo: lo pasado -.
Mi deseo se orienta hacia un territorio, que si bien extraño, siento, a medida que avanzo, como si lo reconociera.
No me atrevo a postular una teoría - después de todo, esto puede estar pasandome solamente a mí -.
(ahora: ¿qué es esa vanidad que sugiere que algo puede pasarme solamente a mí?: delirio de unicidad)
Es la sensación de desde siempre. Hacia los extraños que me atraen siento que me vincula un pasado que nos trenza - pero es un pasado inaccesible para la imagen: lo percibo si no me lo pregunto, y si lo busco lo perdí: un poco como San Agustín y un poco como Orfeo -.
En el amor - ese accidente, ese cruce -, cuando mujeres confundieron su deseo en mí, nos dijimos cosas (como quien cambia figuritas). Que uno está bien con el otro, que se siente cómodo, que lo quiere, que le agrada compartir la vida, que "siento que te conozco desde siempre".
(lo inverso del vínculo familiar: cuerpos ajenos - y distantes de mi manera de vibrar - se me hacen conocidos por obra de la cercanía, de la costumbre: por haber estado alrededor mucho tiempo, o por imposición de títulos nobiliarios "andá, saludá a tu tío" -)
Anclado en este bar - un bar siempre es estar afuera, estar desencajado, fuera del sistema, bajado del flujo: la vida por la vidriera, pasando - entiendo el desfasaje. Allí donde deseo siento una calidez familiar, pero sé que no he estado allí: la reminiscencia de donde no estuve.
¿Será el pulso de mi atracción una de las formas de la nostalgia?
No sé y no sé.
Hace poco - por algún costado todavía sangro - me he salido de una relación de tres años. Yo sentía el cuerpo de esa mujer como un templo, como mi hogar. Allí, en ella, yo estaba en casa y las cosas en su sitio (me acuerdo de que era fácil vivir). Cuando nos separámos volví a mí un poco desencajado. Al tiempo, la encontré en la calle o en un teatro (como si efectivamente hubiera diferencia). Y ya no pude verla: era otra (de fondo, los primeros acordes melancólicos de Dos extraños): las cosas que me decía yo no podía identificarlas con la mujer que compartió mi vida aquel tiempo. Yo ya no la quería: no la reconocía; todo lo de ella traicionaba la imagen que yo había amado. Su manera de hablar, sus modos frívolos, el vacío sentido que comunicaba, su ropas vulgares, todo trabajaba contra mi idea de ella. A pesar de haber pasado junto a ella 3 años no teníamos un lenguaje que nos identificara: incluso los detalles del pasado - las cartas, las fotos, los regalos, la memoria del sexo, el hueco de su figura en mi colchón - me parecían cosas que le habían pasado a otro: llegaban a mí solamente como un film viejo.
"Las cosas que eran nuestras me parecían en su boca no nostálgicas, sino paródicas, doctor".
(Hace dos semanas conocí a una mujer. Tres veces nos encontramos. Siento, otra vez, el desde siempre: siento que la entiendo y que me descifra: me pregunto si la familiaridad latente en el objeto del deseo no es el deseo de familiaridad: porque te quiero - porque te quiero querer - construyo la ilusión de la familiaridad: solo así puedo romper el hielo hacia el otro: izar el puente; si sos extraña, no puedo darme a vos; por eso de tu silencio tramo una calidez, una correspondencia conmigo: es como una música
Pero, si es así: ¿hasta qué punto no es una farsa, una mentira que orquesta mi necesidad?)
No me quisiera apartar de mi tema. Quisiera saber si el sistema de atracción está organizado por reconocimiento (vago); como el conocimiento platónico: si conocer es recordar, ¿acaso desear no puede ser la percepción de una plenitud perdida y nunca jamás actual?
¿El deseo como actualización del yo escindido?
Solamente puedo especular a través de ejemplos, de literatura.
En un bar, en la esquina de la facultad de letras, reposo un poco del agobio, con un café sobre las "Sombras breves" de Benjamin. Me sorprendo mirando a un hombre: no logro decidirme: ¿me parece conocido o me parece atractivo? Enunciado esto, siento la herida: ¿acaso no se trata de la misma cosa? ¿aquello que nos atrae - como fuerza que no concientizamos - no es precisamente eso que nos resulta vagamente, innombrablemente familiar?
Esta cercanía como sensación (por completo etérea) halla en un cuerpo extranjero una identidad - con la íntima esencia -. El amor, entonces, como una suerte de regreso - ¿hacia donde? hacia uno mismo: lo pasado -.
Mi deseo se orienta hacia un territorio, que si bien extraño, siento, a medida que avanzo, como si lo reconociera.
No me atrevo a postular una teoría - después de todo, esto puede estar pasandome solamente a mí -.
(ahora: ¿qué es esa vanidad que sugiere que algo puede pasarme solamente a mí?: delirio de unicidad)
Es la sensación de desde siempre. Hacia los extraños que me atraen siento que me vincula un pasado que nos trenza - pero es un pasado inaccesible para la imagen: lo percibo si no me lo pregunto, y si lo busco lo perdí: un poco como San Agustín y un poco como Orfeo -.
En el amor - ese accidente, ese cruce -, cuando mujeres confundieron su deseo en mí, nos dijimos cosas (como quien cambia figuritas). Que uno está bien con el otro, que se siente cómodo, que lo quiere, que le agrada compartir la vida, que "siento que te conozco desde siempre".
(lo inverso del vínculo familiar: cuerpos ajenos - y distantes de mi manera de vibrar - se me hacen conocidos por obra de la cercanía, de la costumbre: por haber estado alrededor mucho tiempo, o por imposición de títulos nobiliarios "andá, saludá a tu tío" -)
Anclado en este bar - un bar siempre es estar afuera, estar desencajado, fuera del sistema, bajado del flujo: la vida por la vidriera, pasando - entiendo el desfasaje. Allí donde deseo siento una calidez familiar, pero sé que no he estado allí: la reminiscencia de donde no estuve.
¿Será el pulso de mi atracción una de las formas de la nostalgia?
No sé y no sé.
Hace poco - por algún costado todavía sangro - me he salido de una relación de tres años. Yo sentía el cuerpo de esa mujer como un templo, como mi hogar. Allí, en ella, yo estaba en casa y las cosas en su sitio (me acuerdo de que era fácil vivir). Cuando nos separámos volví a mí un poco desencajado. Al tiempo, la encontré en la calle o en un teatro (como si efectivamente hubiera diferencia). Y ya no pude verla: era otra (de fondo, los primeros acordes melancólicos de Dos extraños): las cosas que me decía yo no podía identificarlas con la mujer que compartió mi vida aquel tiempo. Yo ya no la quería: no la reconocía; todo lo de ella traicionaba la imagen que yo había amado. Su manera de hablar, sus modos frívolos, el vacío sentido que comunicaba, su ropas vulgares, todo trabajaba contra mi idea de ella. A pesar de haber pasado junto a ella 3 años no teníamos un lenguaje que nos identificara: incluso los detalles del pasado - las cartas, las fotos, los regalos, la memoria del sexo, el hueco de su figura en mi colchón - me parecían cosas que le habían pasado a otro: llegaban a mí solamente como un film viejo.
"Las cosas que eran nuestras me parecían en su boca no nostálgicas, sino paródicas, doctor".
(Hace dos semanas conocí a una mujer. Tres veces nos encontramos. Siento, otra vez, el desde siempre: siento que la entiendo y que me descifra: me pregunto si la familiaridad latente en el objeto del deseo no es el deseo de familiaridad: porque te quiero - porque te quiero querer - construyo la ilusión de la familiaridad: solo así puedo romper el hielo hacia el otro: izar el puente; si sos extraña, no puedo darme a vos; por eso de tu silencio tramo una calidez, una correspondencia conmigo: es como una música
Pero, si es así: ¿hasta qué punto no es una farsa, una mentira que orquesta mi necesidad?)
No me quisiera apartar de mi tema. Quisiera saber si el sistema de atracción está organizado por reconocimiento (vago); como el conocimiento platónico: si conocer es recordar, ¿acaso desear no puede ser la percepción de una plenitud perdida y nunca jamás actual?
¿El deseo como actualización del yo escindido?
Solamente puedo especular a través de ejemplos, de literatura.