21.9.05



Es simplemente haber tomado un libro de la biblioteca, y después un párrafo de ese libro y que esa caligrafía de la soledad de otro sea la cifra exacta que me dice enteramente el momento de mi ánimo como si escrutara un espejo que despedazara mis apariencias hasta llegar a mis verdaderos rasgos.Y entonces, claro, tener que copiar esas palabras.
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Solsticio de invierno, la época más oscura del año. Apenas se levanta de la cama, siente que el día se le empieza a escapar de las manos. No hay una luz a la que aferrarse, ni la sensación del tiempo que se despliega, sino puertas que se cierran y cerrojos que se corren. El mundo exterior, ese mundo tangible de objetos y cuerpos, parece un mero producto de su mente. Siente que se desliza por los hechos, revoloteando alrededor de su propia presencia como un fantasma, como su viviera a un lado de sí mismo; no aquí, pero tampoco en otro sitio. Una sensación de encierro y al mismo tiempo de ser capaz de atravesar las paredes. En algún lugar, al margen de un pensamiento, descubre una oscuridad que le cala los huesos y toma nota de ello.
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Auster
The Invention of Solitude
Y sí, tener que. Porque la literatura es una soledad hecha de soledades, y mientras soy arrastrado del mundo hacia mis adentros puedo sentir la fragancia musgosa de los textos, las acuarelas o los acordes de otros ante el mismo frío. Y ya el abismo no es completo, ni ineluctable, porque es como si hubiese viento. Y alguien para mirar cómo las hojas de los árboles vibran, y se beben la noche.

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