Encaro serenamente, sin otra cosa en el alma ni en los bolsillos que las rugosas migas de imperios que perdí mientras los soñaba (imperios simples, donde se ausentaba el lujo exuberante y vulgar, y la única, deliciosa fortuna era la de ser otro, o las cosas siendo de otra manera), el hecho llano y sin metafísica de terminar mi madrugada otra vez aquí, en forma de prosa.
Me prostituyo hacia la acción: dejo, varada en medio de una página de un cuaderno inútil, la huella de mi melancolía. No sé hacer otra cosa. Lo mismo da, todo es sombra. O simulacro. Y generalmente, también es ilegible (porque no basta con estar triste). La huella de mi melancolía queda impresa. Tal vez alguien la recoja, la descifre. Tal vez pasen de largo, y la dejen tiritando de frío, indiferentes a su plegaria, como los árboles del invierno, que se estiran hacia la luz, vanamente. Quizá hace falta que alguien la rompa, la abra y como una nuez dará su fruto. O acaso simplemente no lleguen a ella porque es para nadie, y rehuye cada contacto con su invisibilidad, con su repertorio de máscaras, con esa manera de aparentar serenidad o calma, y vaya resbalando entre las manos que quieren arroparla. O tal vez no: tal vez como un gato la huella de mi melancolía se resfriega por las piernas de los otros como rogando una leve caricia, y los otros no entienden, la miran apenas y dicen qué es esto y después siguen con su vida, y la huella de mi melancolía queda doblemente sola con su destino triste de signo inextricable, de llanto humilde en una lengua muerta a la que nadie nunca podrá llegar, y solitaria en su unicidad yira las diversas tinieblas urbanas, y si alguno la ve pasar, no sabe lo que ve y no le importa.
O bien nada de todo eso. Quizá, sencillamente la huella de mi melancolía no quede aquí. Ni quedó aquí nunca. ¿Por qué habría de quedar? ¿porque yo escribí tristemente "dejo la huella de melancolía aquí"? No alcanza con decirlo. Y yo, después de todo, lo único que hice fue hacer frases con lo huraño de mi ánimo.
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