28.10.05



El pasado

Claro que mi hijo dice que no debería estar aquí, que las habitaciones, cerradas y vacías, gimen cuando atravieso los pasillos. Que debería vender la casa y mudarme a un departamento pequeño, cómodo, sin pasillos tan largos y recónditos como la memoria; organizar la vida que me queda en algunos cajones. O viajar, y no pasarme los días batallando el polvo que el tiempo extiende sobre las cosas. Pero, ¿adonde puedo viajar yo? Mi país de la infancia no existe, sino mediante fábulas o fotografías antiquísimas que ya son parecidas a las fábulas. ¿Dónde habría de llegar? Todos a los que una vez conocí, se han ido. Con ellos podía hablar, por lo menos, y regresar, siquiera un rato, a lo que una vez fue. No es que las cosas volvieran realmente, pero, cuando contábamos las cenizas de lo que pasó, era parecido. El no entiende que solamente quiero reposar aquí, y morir en calma, junto a mis fantasmas: esa constelación de todos mis ayeres, y sus recovecos.

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