No. Nadie habrá de salvarme. Nadie interrumpirá mi contacto exacerbado con lo más pulido de mi angustia: he descubierto cómo ocultarla; cómo hacerla desaparecer ante su misma apariencia - justamente: con la puesta en escena de sí misma -. Me bastó recordar la carta robada de Poe: sencillamente no tengo que fingir nada, sublimar nada, codificar nada. Hay que enfatizar sus muecas. Si mantengo mi cara demacrada, mis ropas vencidas, la mirada triste y cansina y todo el repertorio de gestos que denotan mi condición de desamparado (homeless íntimo), nadie podrá creerme (están demasiado acostumbrados - encandilados -al espectáculo como para desentrañarlo - despertar -), y estaré a salvo de la caridad ajena.
Estoy, después de todo, hecho una caricatura: ¿quién me tomaría en serio? En el mundo, todo lo que no es pose - pornografía, hiperviolencia - es inverosímil: las expresiones más humanas del hombre no llegamos a creerlas (el homicidio, la soledad, el miedo que desfigura, la traición elaborada, el hastío de las horas idénticas, etc). Vivimos en una burbuja precaria donde la escena se limita a ciertas performances prefijadas. Todo lo que desborde esos moldes no será asimilado más que por el desconcierto, la sorpresa, y catalogado de inmediato como otredad; pero no por eso todos esos residuos (los detritus del simulacro de la vida) que el ojo adiestrado desaprendió a distinguir dejan de ser LA verdad: lo que tenemos de cierto – todavía-, de inalienado . Como yo vivo en la verdad (la verdad kafkiana), no soy recuperable. De tanto insistir se me han torcido las vértebras hasta volverme incapaz de seguir el ritmo del cotidiano.
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Y si todo esto no bastase - mi absoluta descabellada sinceridad para tornarme incomprensible, extraviado -, tengo este diario. La perseverancia en la escritura me asemeja progresivamente a un monstruo. Pero también desplaza a la verdad - la destierra -, y la transforma en ficción. La ficción justifica todo, lo exonera todo (ser ficticio es una de las formas de la redención). La ficción irrealiza todo este conflicto - lo estetiza, lo diluye -: vincula todo lo que estos textos exhiben - toda la mugre, toda la desolación - a una música vertida de mi imaginación: la imaginacón violenta, lasciva, única (!) del autor, el artista (que vive en la tensión de una eterna batalla: domina o es dominado por lo que crea; o crea los nombres con los que señala y organiza las potencias intangibles que lo dominan). Aunque gritase que todo (Todo, TODO) es cierto, nunca me creerían. ¿Cuánto demora mi prosa, mi cada palabra vertida en volverse una pieza ronca del museo de las ficciones estériles; sonido roto disperso entre los vientos? Estoy a salvo.
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the cure - this is a lie
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