I
La escritura se parece a veces al exhibicionismo. El escribiente da en espectáculo una pieza suya, algo que es y que no es él mismo, algo suyo pero que no le pertenece (alguien pensó en la imagen de la piel muerta: las migas de la piel gastada, desparramándose por ahí al capricho del viento).
II
Una extraña confusión parece haber generado la idea de que yo acabo siendo, de alguna manera, responsable por las palabras en estas páginas dispersas. Apenas puedo decir que no sabría responder por lo que aquí queda escrito. No puedo dar cuentas de las frases reunidas en este cuaderno de tapas invisibles. El significado está hecho de bruma, está interrumpido por velos que tienen la textura compuesta por cada palabra derramada en la página; y el significado está inconcluso: tropieza, nace, se quiebra, se hunde, se pierde o multiplica después de cada nueva palabra, después de la mirada o el cruce del río del tiempo. Ya que no está quieto, no hay significado: siempre se está construyendo (con el proyecto secreto de nunca llegar a ser). Tal vez algún día yo lo descubra, pero no guardo un entusiasmo estruendoso.
III
De las inquisiciones que se acumulan debajo de mi puerta (y ya son tantas que la terminan trancando y después no puedo salir y tengo que vivir conmigo en una habitación cerrada; un teatro para nadie) hay una que se reitera: "¿dónde está la novela?". Yo ya había resspondido: en ninguna parte. Esto no significa, sin embargo, que no se trate de una novela. Es decir:
IV
Como el juez de la novela La Caída, de Camus caminaba el laberinto circular y brumoso de Amsterdam - su arquitectura infernal, parecida al sistema que organiza la memoria, diría Auster pensando en Cosme Rosselli (1579 ,Venecia) - A., en El libro de la Memoria, recorre - perdido - la calles grises de niebla de la ciudad extraña. Dice: "lejos de cualquier cosa que pudiera resultarle familiar, incapaz de descubrir ni siquiera un punto de referencia, descubrió que sus pasos, al no llevarlo a ninguna parte, lo condución al interior de sí mismo."
V
Yo ya había dicho: son pasos. Las palabras, las palabras de otro, los textos, los falsos cuentos, las todavía más falsas anécdotas, la prosa inquieta, las fotografías, los silencios, los diversos vínculos entre las piezas de la inconexa maquinaria, TODO, todo eso es nada más que pasos, algunos pasos sin métrica por una oscura vereda circular que a fuerza de andarla y desandarla, doblarla, recorrerla, mentirla y romperla, y gastarla con la mirada, con las suelas , con la lengua se ha extrañado hasta convertirse en nada, en un espacio sin nombre, en un espejo roto que desprolijamente devuelve imagenes sueltas en este cuaderno, y proyecta sombras chinas en las paredes de las almas ajenas; y - silenciosamente - va imprimiendo las sangres para los otros: cada contacto con el espejo es un corte, una gota derramada, una palabra que se da: literatura.
VI
Si tengo que creer en alguna cosa, creo que así es la arquitectura casual de este cuaderno.
VII
la imagen de un laberinto.
enorme, sin salida.
y no pensar
que en el centro del laberinto está
la resolución del enigma,
el espejo.
no pensar tampoco
que está en la salida.
ni en la muerte.
(tal vez en el minotauro.)
pero sí
en cada
paso
dado.
pasorotosbruscosnuncaproyectadossaltojustamentecomosaltosinhaberantes
planeadoelsuelodondetranquilamentellegarpasosvivossinbocetosniborradores
fragmentosdeunaimagenquenopodemosser