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Lo que he representado va a ocurrir en realidad. No me he redimido por la escritura. He pasado mi vida muriendo y además moriré en realidad. Mi vida fue más grata que la de los demás, por lo que mi muerte será más terrible. Como es natural, el escritor que hay en mí morirá al punto, pues esa figura no tiene suelo, ninguna realidad, ni siquiera está hecha de polvo; sólo es posible, un poco posible en la vida terrestre, por lo que tiene bastante de insensato y no es sino una construcción de la concupiscencia. Así es el escritor. Pero yo mismo no puedo seguir viviendo, puesto que no he vivido, sigo siendo arcilla, y la chispa que no supe trocar en fuego sólo la hice servir para iluminar mi cadáver.
Será un extraño entierro: el escritor, algo que no existe, transmite el viejo cadáver, el cadáver de siempre a la fosa. Soy lo bastante escritor para querer gozar plenamente de eso en el pleno olvido de mí mismo - y no con lucidez, el olvido es la primera condición del escritor - o, lo que equivale a lo mismo, para querer contarlo; pero esto ya no ocurrirá. ¿Y por qué hablar solo de la verdadera muerte? En la vida, es lo mismo.
kafka